Puerto Natales

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sábado, 27 de octubre de 2012

Valle del Elqui: paleta de infinitos colores


De nuevo en camino esta vez en dirección norte.  Mi destino a 515 km  es La Serena y el valle del Elqui, comarca en que se cultiva la uva moscatel con la que se fabrica la bebida nacional: el pisco.

La carretera discurre en su mayor parte, al borde del mar, lo que permite disfrutar del maravilloso paisaje de una costa sin urbanizar repleta de acantilados y playas de arena blanca. El futuro turístico de este país es casi infinito. Ojalá no cometan los errores que se dieron es España y conserven la hermosura de los paisajes sin hollar. Está tan poco urbanizado de hasta hay un  dicho chileno: “Como de los Vilos a Tongoy: nada”. La distancia entre esas dos localidades es como de 300 km.

Después de seis horas de viaje tranquilo, con unas cuantas visitas a las bencineras, llegué a La Serena. Es un centro turístico a lo largo de una inmensa playa que conserva  el centro histórico con iglesias antiguas y una deliciosa plaza. Merece la pena darse un paseo y mezclarse con los lugareños que por la tarde abarrotan las calles principales.

A la mañana siguiente,  destino Cochiguaz,  diminuta localidad al fondo de un valle y que es centro de peregrinación de aficionados al esoterismo. Por el camino que sale de La Serena, vamos ascendiendo y los cerros van poco a poco abrazándonos y mostrando sus tonalidades que van del café al rojo pálido. Al comienzo el valle es amplio y toda la superficie está cubierta de vides que acababan de echar sus primeras hojas de ese verde tan fresco que las caracteriza.
Hago un alto en el camino y en lo alto de un cerro, colgado del azul profundo de este cielo privilegiado, se distingue una construcción humana. Sólo puede ser una en ese entorno tan inhóspito: el observatorio de Cerro Tololo,  que durante años tuvo uno de los telescopios con diámetro mayor del mundo (4 metros) y que se ha quedado como un bebé si se compara con los cercanos de Cerro Paranal (8 metros) y el proyecto que acaba de comenzar en el Cerro Armazones, que tendrá un espejo segmentado equivalente a 39 metros de diámetro. El avance tecnológico del hombre parece que no tiene fin.
Abandonamos el valle por donde discurre el Elqui y remontamos el pequeño rio Claro, que se alimenta de las nieves de los cerros más altos y de una caudalosa cascada que surge en mitad de una ladera. El borde de la capa freática húmeda es perfectamente identificable porque alberga árboles y vegetación en un ancho de unos diez o quince metros. Arriba o debajo de ella, con suerte, sólo crece algún cactus. Este recorrido es de una belleza singular.

Aquí el valle es muy angosto y en los cerros apenas crece  nada de forma natural, pero si se percibe la mano del hombre. Metro a metro, y con inclinaciones de hasta treinta grados, el agricultor le ha ido ganando espacio a la desnudez del cerro, y plantaciones de vides verdean las laderas antes de que aparezca, con brutal contraste, la tierra pelada. Por encima, el azul intenso y puro del cielo más claro del planeta completa esta paleta de una riqueza cromática sin igual.

Para completar este día de disfrute colorístico, faltaba uno: el color negro. Por la noche tenía contratada una visita al observatorio de Mamalluca, centro de divulgación de la observación astronómica que cuenta en sus instalaciones con varios telescopios de aficionado para completar con una cúpula con un telescopio S/C de 400 cm. de diámetro de los espejos que permite una observación fabulosa de los objetos de cielo profundo. Mamalluca está como a 10 km. de Vicuña, y te acercan en autobús subiendo otro de los cerros que envuelven el pueblo, hasta ponerte en contacto con el cielo más hermoso que se puede contemplar en este planeta. ¡Por fin veía el cielo austral! Y creedme que no me decepcionó.





Disfruté con la mejor visión que se puede tener de la Vía Láctea, nuestra verdadera casa universal, que no entiende de disputas regionalistas en ninguno de los millones de planetas y estrellas que la componen. Demasiado grande para malgastar el tiempo en esos pequeños asuntos mundanos. Me emocioné contemplando las mayores nebulosas que se pueden ver a simple vista, Las nubes de Magallanes, con un tamaño relativo mayor que el disco de una luna llena. Me sorprendió la hermosura de la constelación de Escorpio, quizás la única en la que no hay que tirar de mucha imaginación para descubrir porqué los griegos le pusieron ese nombre. Ya con el telescopio, descubrí el segundo cumulo globular más masivo de nuestra galaxia, El Cúmulo Tucán, contemplé un cúmulo abierto, y terminamos con la visión en el gran telescopio de la Galaxia de la Tarántula, objeto imposible de ver si no es con estos medios.

Agotado pero feliz, me dormí sintiendo lástima de aquellos que para vivir experiencias alucinógenas recurrieron al LSD, cuando una simple mirada a tu alrededor te puede poner en contacto con la belleza y la paz más absolutas.

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