Son las cuatro de la mañana. No hizo falta que
sonara el despertador. La excitación por
ir a conocer uno de los lugares más legendarios de Chile y, por qué no, de todo
el planeta, hizo el resto.
Mi destino es ver amanecer entre los geiseres
del volcán Tatio, el campo geotérmico a mayor altitud del mundo.
El recorrido desde San pedro de Atacama es de 120 kilómetros, pero de una
pista de tierra que en algunos puntos es deficiente y que para colmo tiene que
solventar los 2.000 metros de desnivel que hay entre San Pedro y ese
punto. Firme irregular, curvas y baches
son nuestros compañeros durante las más
de dos horas que dura el viaje. Yo, tranquilo, nuestro compañero brasileño al
que llamamos cariñosamente “Gluco”, está al volante.
Justo con las primeras luces del alba, llegamos
al campamento. La luz del sol apenas se deja intuir como algo más de claridad
hacia el este, sin fuerzas todavía de ocultar las estrellas.
Según nos acercamos, vamos viendo una gran
superficie cubierta de manera irregular por costras de hielo y de columnas de
vapor de agua que crean un espectáculo fantasmagórico y fascinante a la vez.
La temperatura cuando salimos del coche,
primeros de diciembre, es de cinco grados bajo cero. Parece increíble que los
turistas se acerquen con una liviana chaqueta pero que les obliga en muchos
casos a regresar al autobús para contemplar el amanecer como si lo vieran desde
la televisión de su casa.
El agua hirviendo, deshace el hielo pertinaz
que cada noche se congela abrazando las rocas. Centenares de geiseres vomitan
corros de agua a cinco o diez metros de
altura durante unos breves segundos, hasta quedar exhaustos y desaparecer como
un humilde charco, y en unos breves minutos volver a borbotear y a arrojar
agua y vapor como si nunca lo hubieran hecho. Es la ceremonia mágica que llevan
repitiendo millones de años.
Lo más especial de esta visita, es que con la
temperatura exterior tan baja a primeras horas de la mañana, el vapor de agua
es mucho más abundante que cuando más tarde haga 15 o 20 grados más.
De pronto unos pájaros aparecen de la nada y de dedican a comer...¿nada?
Hay que guardar una prudente distancia de las
bocas de los geiseres porque, bajo una leve capa de roca, el agua próxima a la
ebullición, podría convertirse en el más horrible baño termal, como ya ha
sucedido en alguna ocasión.
Cumpliendo su rutina, el astro rey va
ascendiendo por las colinas circundantes y tiñe todas las colinas de su color
vital. Calor cálido, amistoso y de infinitas variedades cromáticas que tan bien
empiezo a interiorizar en esta tierra.
Después de haber vivido una de las experiencias
más mágicas de mi condición de viajero, nos encaminamos a regresar a San Pedro.
La ruta de vuelta me deparó una de las
sorpresas más lindas de mi viaje a Chile.
Lo habíamos recorrido en la oscuridad y a la
luz del sol era un camino hermoso. Polvoriento, cuesta abajo, siempre con el
horizonte infinito delante de ti, invitándote a seguir.
Nos acompañaban en la bajada los inseparables
camélidos amigos que me han guiado a lo largo de todo mi viaje. Uno se pregunta
qué comerán, viendo las llanuras desnudas.
También se observan de vez en cuando pequeños
montículos formados por piedras apiladas unas sobre otras, lo que en términos
de montaña se denominan hitos, cuando marcan un camino. Es el símbolo, que sin
ponernos de acuerdo, mi amigo Natxo (http://www.sonretos.com/) eligió para simbolizar su nueva vida.
Cerca del llamado “Vano Putana” pude contemplar
una de las postales más lindas de todo Chile. A la sombra de los gigantescos
volcanes, el agua subterránea aflora mansamente y deja todo el suelo tapizado
de hierba entre las que asoman tímidamente flores.
Lágrimas de un corazón de roca
Continuamos bajando entre la nada vegetal más absoluta
viendo los barrancos que descienden
junto a nosotros y en los que se intuye
en su lecho la riqueza verde que se nos niega a la vista.
A cuarenta kilómetros
de San Pedro están las termas de Puritana. Están gestionadas por la cadena
Explora, una de las más lujosas de todo Chile. Me quedé con ganas de darme un
baño en ellas. Será en otra ocasión.
Llegamos después de una de las mañanas más
intensas de belleza de las últimas semanas.
Pero las emociones no habían terminado. Por la
tarde vamos a conocer el Valle de la Luna.
Es un conjunto de formaciones
pétreas en donde predominan las salinas y que con el efecto de la erosión tan
poderoso de la zona, temperaturas extremas y frio en el mismo día además de los
movimientos telúricos, han dado forma a un paisaje sin igual.
El recorrido comienza visitando la entrada de
una antigua mina de sal en cuya puerta formas fantasmagóricas parecen
disuadirnos de visitarlas. Se puede seguir adentrándose entre paredes cada vez
más juntas hasta salir a unos cuantos cientos de metros de distancia. Es
conveniente llevar una linterna para este episodio.
Eternos gritos en el silencio
A continuación fuimos a ver las Tres Marías,
unas esculturas que la erosión había dejado al descubierto en medio del paisaje
totalmente llano.
Cerca está otra montaña denominada El
Anfiteatro, por su parecido con el circo de Roma.
Por último quedaba la ascensión a la Gran Duna
para contemplar el atardecer sobre todo
el valle. La subida no se hace sobre la propia duna, sobre la que está prohibido
pasear, sino sobre un camino de piedra tallado al margen sobre el que está apoyada
la propia duna. Es hermoso vivir como cambia la perspectiva.
Reconozco desde la cima algo que llamó mi
atención desde el avión que me trajo acá. Algunas montañas asemejan gigantescos
esqueletos de dinosaurios tumbados en paralelo uno al lado de los otros (http://elviajedechemaenchile.blogspot.com.es/2012/09/presentacion.html) .
Por fin, una vez en lo más alto de la duna,
sólo quedaba deleitarse con la puesta de sol y los tonos de las montañas
circundantes, siempre con la visión del volcán Licancábur, que como rey
absoluto de la región, recoge los últimos rayos de sol que a nosotros se nos
habían negado ya unos minutos antes.